lunes, 28 de mayo de 2012

Aristas hirientes para vivir


Necesitamos tropezar con la misma piedra para comprobar que la decisión que tomamos aquel día fue la correcta. Y, además, nos encontramos que las aristas están más afiladas y que la sombra de la venganza planea por lo que fue el canto rodado.
Los buenos consejos de la gente que nos cuida parecen no ser suficientes. Pero no es eso. Necesitamos comprobar que cuando echamos de nuestra vida algo que hasta entonces nos volvió locos de amor, de felicidad, nos hizo grandes, fuertes e invulnerables, es porque no fue más que el espejismo del deseo de que fuera así. Si no, no querríamos que desaparecieran nunca.
Y vuelves porque te preguntas que, quizá, en aquel momento, pasabas por uno de esos estados de enajenación mental que tantas veces te critican...,  y que no te deja pensar ni actuar libre y tienes que volver a aferrarte a ese espejismo y ver a través de sus cristales.
El problema viene cuando te lanzas a un vacío en el que solo hay un ápice de esperanza, y te das cuenta que el espejismo es más nítido que la realidad, entonces, sorprendida y con una sonrisa dolorosa de satisfacción, piensas que la enajenación mental de aquel día fue la que te salvó de una vida triste, de una vida sumisa, intermitente de falsa felicidad, donde la dictadura del de enfrente se cierne sobre tu cabeza.
Cuando una decisión está meditada y al final la tomamos, rara vez nos equivocamos y sin embargo necesitamos asegurarnos, viviendo de nuevo aquellos momentos que nos hicieron tan infelices.
Pero no pasa nada. La intensidad no es la misma, los ojos con los que observamos los instantes, tampoco y el corazón se ha convertido en una piedra con aristas hirientes pero que poco a poco va erosionándose para, seguro, volver a rodar con la magia del amor y la felicidad. Un camino complicado y desconocido pero mejor que el que abandonaste cuando aún eras persona.

martes, 8 de mayo de 2012

Una mochila para la vida



Voluntad, la propia, la mía. No la de los demás. La que me aporta, no la que me destruye. La que me ayuda a crecer. La madura, no la infantil. Con la que estoy segura.
Deseos, los que me hacen feliz, los que puedo conseguir, con los que río, no con los que lloro. No los que me hacen sufrir. Los míos. Cada cual los suyos.
Verdad, la única con la que se puede vivir. La que no hace daño, ni a los demás ni a mi. La que me permite mirar hacia adelante. La que jamás me sacará los colores.
Humor, el que provoca buen día, el que hace que los demás quieran estar conmigo, el divertido no el dañino, el que hace que me ría de mí mismo, el que se ríe con los demás.
Amistad, la que no juzga, la que ama, la que provoca un pensamiento constante en los demás. La que entiende, es comprensiva. La que no exige, la que necesita, la que da y recibe.
Respeto, el necesario para vivir tranquilo. El dirigido a los demás y hacia mi. El que no obliga, el que comprende, el que facilita la vida. El que no encarcela.
Ego, pero una pizca. El suficiente para que mochilas incompletas no me hagan daño. El que necesita un espacio justo para quererme. El que ayuda al respeto en mi dirección. Aquél que gusta y no asusta.
Egoísmo, muy poco, un aliño. Unas gotas sanas para que aquéllos no me tomen por tonta. El que hace que me quiera en momentos complicados y evita que tire todo por la borda
Amor, no sé cuánto ni sé cómo... Dos tipos, hacia mi familia, amigos, de éste todo. En él se junta cuánto he dicho. De otro, en ocasiones nada. En otras, reservado. El que das y esperas recibir. Porque si no se ríen. De éste, el que sea egoísta, el que haga que me quiera yo también. El que no destruye. El que no sufra yo.


Y sobre todo algo de maldad que evite convertirme en un espantapájaros de quien no quiero. Lo que incluye mentiras, borrachera de enfrentamientos, algún improperio y todo aquéllo que demuestre que soy tan o más importante que el otro. Esa maldad que provoca un recuerdo continuo, algo similar a una adicción sin posibilidad de metadona. Esa que provoca una sonrisa constante, pícara que provoca un inmenso dolor en quién se lo merece. De ésta, una dosis importante.